Nota publicada online
En la actual muestra de Nora Correas en el Museo de Arte Tigre, la artistas une su voz a la del poeta Oliverio Girondo (Buenos Aires, 1891-1967), para juntos elevar la protesta por el mundo en que vivimos. Los chupasangre y En el jardín no solo hay flores, exhibe dibujos, objetos y una instalación multimedial que se aventura sobre el futuro y denuncia la acción del hombre sobre la naturaleza.
Nora Correas, reflexiona en sus instalaciones recientes cómo la naturaleza se manifiesta con toda su ferocidad. No obstante lo hace siempre dentro de un sistema que la preserva de su desaparición. A los ojos del ser humano, las estrategias de subsistencia pueden parecer brutales. Sin embargo, es él quien a pesar de poseer el don de la razón conduce las guerras que desbastan territorios y aniquilan poblaciones.
La naturaleza no tiene moral. Aun así actúa siempre a su favor, preservándose de la desaparición. Sus estrategias de subsistencia, a los ojos de los hombres pueden parecer brutales. Sin embargo, son los hombres los que a pesar de poseer el don de la razón conducen las guerras que desbastan territorios y aniquilan poblaciones.
La belleza de los insectos es a los fines de su ferocidad. Armas perfectas para el ataque y la defensa, la humanidad se ha inspirado en ellos para volar aeroplanos y también para fabricar mortíferos tanques que arrasan con todo a su paso.
Nora Correas une su voz a la del poeta Oliverio Girondo para juntos en el sentido, y lejos en el tiempo, elevar la protesta por el mundo en que vivimos. ¿Existe la inocencia? ¿Puede haber perdón? Por si así no fuera, mejor escompadecerlos.Sus acciones están a la vista: el artista las señala
HAY QUE COMPADECERLOS (Oliverio Girondo) No saben. ¡Perdonadlos! No saben lo que han hecho, lo que hacen, por qué matan, por qué hieren las piedras, masacran los paisajes… No saben. No lo saben… No saben por qué mueren… Se nutren, se han nutrido de hediondas imposturas, de cancerosos miasmas, de vocablos sin pulpa, sin carozo, sin jugo, de negras reses de humo, de canciones en pasta, de pasionales sombras con voces de ventrílocuo. Viven entre lo fétido, una inquietud de orzuelo, de vejiga pletórica, de urticaria florida que cultiva el ayuno, el sudor estancado, la iniquidad encinta. No creen. No creen en nada más que en el moco hervido, en el ideal, chirriante, de las aplanadoras, en las agrias arcadas que atormentan el éter, en todas las mentiras que engendran las matrices de plomo derretido, el papel embobado y en bonina. Son blandos, son de sebo, de corrompido sebo triturado por engranajes sádicos, por ruidos asesinos, por cuanto escupitajo se esconde en el anónimo, para hundirles sus uñas de raíces cuadradas y dotarlos de un alma de trapo de cocina. |
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