Nota publicada online
Probablemente sea su experiencia con grandes marcas en disciplinas de marketing e investigación lo que dotó a Jorge Seeber de una visión profunda de las corrientes actitudinales de la sociedad argentina. Su muestra "Cambalache" que por estos días se exhibe en la sala 26 del Centro Cultural Borges da cuenta de ello. Un recorrido por sus obras nos permite reconocer que aún en el siglo XXI, el mundo sigue siendo problemático y febril.
No hay duda de que Jorge Seeber es un comunicador nato; lo fue como profesional prestigioso durante muchos años y lo sigue siendo como originalísimo pintor en la actualidad. Cada tela es una pantalla donde refleja la vida tal como la siente; un display sobre el que vuelca sus gustos y disgustos sobre el mundo que lo (nos) rodea: la Argentina de hoy y de siempre, una Argentina que imaginó mejor y distinta pero que sigue siendo igual y empobrecida, incluso bajo el chiste y la sonrisa con que la pinta. Seeber es consciente de su búsqueda: “Trato de explorar una estética hurgando en la basura –dice- pero sin atraer al observador por el asco o el escándalo sino más bien por el color y el absurdo de los contrastes”. Porque Jorge es un optimista entrañable obligado a ser triste por imposición de la realidad, por imperio de esas situaciones que observa tan distantes entre lo que son y lo que podrían -y debieran- ser.
Sus escenas destilan mucho de la acidez denunciante de Berni y de Grosz, uniendo aspectos del realismo mágico latinoamericano con ecos del expresionismo alemán de entreguerras en un precipitado muy personal donde se cuela, también, la ironía aguda y la densidad cromática de un Gorriarena. Así lo despliega en ´Los trapitos´, monumento grotesco a los acosadores que se encaraman sobre el automóvil devenido en pedestal (y cuyos conductores se han convertido en una plancha gris), o en la indiferencia de ´Zona liberada´, con la policía devenida en inmóvil adorno navideño sobre la ciudad inquieta.
En ´El Señor de los cielos´ domina la figura de espaldas del narcotraficante Amado Carrillo, Gran Hermano colosal que orina imperturbable sobre la caravana policial que cruza rauda sin detenerse, mientras se forman colas frente a los bunkers desangelados que venden droga.
Sobre un paisaje de aridez similar, en ´Corte de luz´ los grupos desesperanzados de habitantes-hormiga encapuchados (cada capucha es un collage trabajado artesanalmente) trepan y caen por terrazas escalonadas que no conducen a ningún sitio. En cambio, en medio de un mar en movimiento y a punto de ser engullidos por la gran ola de Hokusai, un despreocupado conjunto de nautas –mezcla extraña de nadadores, surfers y exiliados- se desentiende del llamado del papa Francisco en la proa del arca de Noé.
Finalmente, en su serie del fútbol Seeber pasa revista a injusticias y corrupciones asociadas al ejercicio de ese deporte mediático: dirigentes autistas y corruptos en el fango, choriceras que exprimen jugadores, barras de fanáticos enjaulados en camiones o liberados al pie de los estadios sagrados para desahogarse en escuadrones orgiásticos, etc.
Otras imágenes enriquecen y completan la saga grotesca que despliega Jorge Seeber en este ´Cambalache´, que uno tiende a asociar espontánea y justificadamente con la letra del tango homónimo de Santos Discépolo, que sigue tan vigente en nuestro joven siglo. Pero quizás para cerrar estas líneas y acompañar la naturaleza simultáneamente triste y divertida de las pinturas de esta exposición resulte más atinado concluir con el párrafo de otro tango inmortal de don Enrique: “Conjuro extraño de un amor hecho cadencia/ que abrió caminos sin más ley que su esperanza/ mezcla de rabia, de dolor, de fe, de ausencia, llorando en la inocencia de un ritmo juguetón.”
En el Centro Cultural Borges, Sala 26, hasta el 26 de agosto.
Horario. De Lu a Sá de 10 a 21 hs. - Domingo de 12 a 21 hs.