Nota publicada online
“Recuperar la unidad de vida y espíritu que signaba la alquimia. Tomar la conciencia de la posibilidad que tiene la obra de ser un nexo entre el macro y el microcosmos. Nos toca a nosotros aceptar el desafío tecnológico que la época nos impone. Rechazarlo sería un preservación inútil y suicida. Otorgarle un sentido humano según los valores esenciales olvidados”; este es uno de los pensamientos que vertebraba la obra de Victor Grippo, artista fallecido en 2002 a los 66 años de edad. El Malba le rinde un homenaje a diez años de su transmutación” -como seguramente le hubiera gustado decir a él-; ya en 2004 tuvo lugar una exhaustiva muestra retrospectiva. Quien conozca el mundo simbólico de la alquimia podrá identificar fácilmente los guiños presentes: la rosa que Paracelso –médico del siglo XVI- podía resucitar (episodio escrito por la pluma de Jorge Luis Borges), el huevo dorado (que no era aurum vulgui, oro del pueblo), el atanor u horno, el plomo como metáfora de la materia, y sobre todo el proceso infinito, invisible e imperceptible del movimiento microscópico y macroscópico del universo. Aquel inefable que mueve al mundo (¿el quinto elemento, el amor que mueve el sol y las estrellas de Dante Alighieri?) está presente en cada una de las papas que Grippo usó en sus instalaciones, en aquella mezcladora de cemento pintada de blanco que no cesaba de girar (El tiempo del trabajo, 2001), y en los matraces con elementos químicos de Todo en marcha (1973). Cinco cuerpos geométricos huecos de plomo cinco cuerpos geométricos huecos rellenos de porotos negros, agua y cúpula de vidrio, así se describe Vida, Muerte, Resurrección (1980), una obra en eterno proceso que apunta hacia el misterio de la vida y la muerte sin retorcidas elucubraciones metafísica; los porotos contenidos en recipientes metálicos son regados para que se active la vida latente, crecen, y mueren, y en medio de los despojos orgánicos nacen nuevas formas de vida; así se dramatiza un ciclo eterno donde la vida no parece terminar sino transformarse. Además de porotos, el artista recurrió una y otra vez a un vegetal de origen americano, la papa; arrancó en 1970 cuando fabricó una grilla con casilleros para cuarenta de estos tubérculos conectados a cables de zinc y cobre conectados a un voltímetro que media la energía contenida, si bien la obra parece más un experimento didáctico, encierra un gran contenido simbólico: de aquella papa con apariencia de piedra sucia se puede extraer una energía real. En Aurora Consurgens, texto alquímico del siglo XIV, se describe a la piedra filosofal de esta manera: “los hombres y los niños pasan a su lado por los caminos y por las calles y es pisoteada por los pies todos los días por las bestias de carga y el ganado en el estercolero...”. Está claro que lo mismo podría decirse de la papa. Está claro que Grippo fue un auténtico alquimista, no necesitaba ilustrar temas de la alquimia, actuaba en consecuencia.