Nota publicada online
Las obras que abren el año de exposiciones en el Malba, bajo la dirección de Pérez Rubio, dan cuenta de situaciones donde el visitante deja la pasividad de lo visual para jugar con entornos donde su cuerpo es interpelado de distintos modos.
Este parece ser el tiempo en que Buenos Aires se abre, con más evidencia que otros años, a la experiencia del cuerpo dentro del museo. Podemos ver no sólo la ya inaugurada en el MAMBA de Laura Lima, estas dos del Malba, la colectiva Experiencia Infinita curada por Pérez Rubio y VI Sesión en el Parlamento con curaduría de Laeticia Mello, y a partir de finales de abril hasta junio, la Primera Bienal de Performance que trae nombres consagrados a la escena local por primera vez.
Reflexionar sobre los modos de vida y de aproximación al arte y al museo como sostiene el curador de Experiencia Infinita, no había sido un programa tan explícito hasta ahora. En un rápido recorrido, a la experimentación de los sesenta le sigue una noche sombría del cuerpo oculto en los setenta que explota en la desinhibición total de los primeros ochenta para reaparecer nuevamente en los primeros años de la gran crisis del 2000, cuando poner el cuerpo implicaba también una forma concreta de hacer visible una reserva que quedaba disponible para habitar los lugares donde se multiplicaban los exilios.
Implicar de modos muy diversos la inclusión del cuerpo del espectador, convertido en partícipe de una experiencia que se materializa del mismo modo que la vida misma. A este grupo de artistas notables, algunos nunca habían exhibido en la ciudad, los han convocado para que el tiempo expositivo y el tiempo de trabajo, tanto como el tiempo de recepción, no esté disociado sino todo junto. La visita a la muestra convoca desde tomar las decisiones correctas a fin de atravesar una puerta humana, a responder la interpelación por la hora y ser inscripto en una especie de registro vivo donde el nombre del que responde forma parte de la sumatoria de datos o a ser perceptible en una gran pantalla mediante la descripción de otro que observa la escena, en una serie de rasgos breves captados por un escriba apenas evidente.
Situaciones construidas como las de Allora y Calzadilla donde “los movimientos incluidos en la coreografía han sido tomados de protestas políticas, marchas militares y formaciones escénicas, en una reflexión sobre los diversos gestos que creamos al unísono”, donde las personas juegan un rato y los niños se divierten. Coreografías cargadas de operaciones gestuales en la obra de Osías Yanov en el Espacio contemporáneo que, usando otras locaciones del museo, hacen que los cuerpos se construyan de una materialidad distinta -apenas recortada en partes que están expuestas-, transformados en maniquíes móviles sin identidad jugando con una escultura de líneas rectas que se sostiene cuando estas acciones no se llevan a cabo. Indica la curadora Mello que estas coreografías son “tomadas de la maquinaria cultural argentina que pone en juego los límites de lo sexuado como postura evidente”.
El tiempo de descanso y el despliegue de las herramientas de dos trabajadores que pintan la pared de la enorme sala del Malba, transformando el espacio del museo en otro inusual, raro y ajeno, de previa siempre invisibilizada, en la obra de Elmgreen & Dragset. La voz que emerge de una cuidadora de sala en la colección permanente, cantando a capela una breve estrofa, obra de Tino Sehgal, con evidente economía estética “el artista trabaja únicamente con la voz humana, el lenguaje oral y el movimiento para crear encuentros” sutiles y efímeros.
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Pero quiero dedicarme especialmente a la instalación de Diego Bianchi "Suspensión de la incredulidad" donde el sentido estético de los agrupamientos de piezas adosadas hace olvidar su condición de encontrados y de “ínfima importancia”. Cada una de las situaciones remiten a un cuerpo que utiliza todas sus partes, incluido su pene, en sostener la conexión precisa pero misteriosa con los puntos humanos de un entramado de hilos que, mediante un movimiento definido como quieto por su autor, “acciona un dispositivo extremadamente volátil en ese universo de objetos casi mudos que funcionan como un alfabeto fragmentado, cada uno es en sí mismo un sistema de armonía precaria e inestable”. Sistema que otorga una dimensión humana tan sustancial para el que se inscribe como espectador silencioso, que aleja a esta pieza de todas las demás, incluida aquella de Judi Werthein donde un narrador nos cuenta en tiempo real, una serie de obras narradas a su vez por otros actores no presentes.