Nota publicada online
Seleccionadas por los curadores Carlos Arturo Fernández, Consuelo Fernández Ruíz y Roberto Amigo, las obras reunidas de las colecciones de los tres países latinoamericanos, proponen vínculos subjetivos entre tiempos, lugares e imágenes.
Es la primera vez que el Grupo Sura tanto de Colombia como de México desembarca con su colección de arte en Argentina y es interesante ver cómo se presenta en articulación bien pensada por los curadores, con la de otra coleccionista privada como Amalia Lacroze que, sin dudas, lograron comprar obras muy singulares de artistas muy reconocidos. La mexicana Consuelo Fernández Ruiz, el colombiano Carlos Arturo Fernández Uribe y el argentino Roberto Amigo se pusieron de acuerdo en dar un recorrido al espectador que se base en pinturas figurativas que dejan de lado el paisaje y se concentran en la figura humana y la naturaleza muerta. Una lista interesante de autores que incluyen 14 argentinos, 19 colombianos y 20 mexicanos con obras que van de finales del siglo XIX hasta los años 70’, elegidos en parte por simple afinidad subjetiva de los seleccionadores. Sin embargo, en el recorrido, es posible distinguir que encarnan la otra cara de la experimentación no figurativa y concreta que se dio por los mismos años que datan algunas obras, tanto como las de mediados de los cincuenta y sesenta donde claramente irrumpe el pop con fuerza.
En el texto de presentación se deja en claro que no hay pretensión alguna de “señalar las influencias y las características comunes de la pintura de los tres países reunidos” algo que queda a cargo del espectador. También remarcan que no desarrollan una tesis y por cierto aún menos intentan probar nada. Tal vez el motivo de tal discurso consensuado, tenga que ver con que el respeto por las colecciones con las que trabajaron impide elaborar una teoría especial. Son obras compradas con el aprecio por algunos pintores que escribieron una historia dentro de cada país, fundadas por una técnica precisa, junto al aprendizaje riguroso que recrea una iconografía elaborada que nos hace percibir aquellos intentos regionales bien claros de retratar tipos y costumbres que singularicen la vida cotidiana del habitante común. Las escenas tanto como los retratos demuestran una elaboración técnica en sintonía con los conocimientos pictóricos de la formación europea, tanto en la composición como en el uso del color. Pero lo que sí destaca el texto y me parece valioso, son las historias individuales que están muy bien documentadas en el libro catálogo, lo que permite realmente acercarse a un conocimiento en profundidad de algunos artistas no tan conocidos por el público argentino, incluso porque no hay de ellos piezas exhibidas en nuestros museos.
Hay algunas singularidades a señalar. Por ejemplo, la participación de mujeres dentro de las colecciones del Grupo Sura es más abundante: María Izquierdo (1902-1955), Frida Kahlo (1907-1954), Emilia Ortiz (1917-2012) y Celia Calderón (1921-1969) por México; Débora Arango Pérez (1907-2005), Lucy Tejada (1920-2011), Sophie Delliquadri (fallecida en 2001) Beatriz Daza (1927-1968) y Elsa Zambrano (1951) por Colombia, frente a una sola referente por Argentina, la indiscutible Raquel Forner (1902-1988). En los debates actuales esta recuperación activa del trabajo en arte de las mujeres está puesta en valor y se torna una exigencia de visibilizarlas abriendo las historias con su inclusión. Destaca la fuerza de Huichol joven fechado en 1938, un dibujo de extraordinaria calidad de la mexicana Emilia Ortiz; una pequeña pieza de 1940 de Débora Arango Pérez, la colombiana que en Cristo de 1940 realiza una simbiosis interesante entre el Cristo amarillo de Paul Gauguin pero rodeado de personajes vestidos como campesinos colombianos, con un retrato de Anselma, del mismo año, un personaje que trabajaba en la casa familiar al que Débora recrea con la fuerza de un personaje psicológicamente muy bien captado. El maravilloso Retrato de Isolda Pinedo Kahlo de 1929, donde la mexicana Frida Kahlo deja entrever esa característica tan suya de dotar a la beba de una mirada potente y concentrada mientras a sus pies descansa una muñeca que adelanta aquellos magníficos exvotos que le conoceremos más tarde. Del mismo modo, ver la evolución de la mexicana María Izquierdo a partir de tres obras donde, sobre todo en Alacena con paloma, 1954, un típico motivo popular pintado al final de su vida cuando había perdido el pulso pero no la pasión por su trabajo. Bella y con una composición interesante, la obra de la colombiana Elsa Zambrano de 1979 De la serie: Las escuelas.
Interesante también es ver las piezas tempranas de Jorge de la Vega como Retrato de Melanie de 1952, tanto como El almuerzo (interior) de 1959 del mendocino Carlos Alonso o las redondeces de la naturaleza muerta de Fernando Botero en Variaciones sobre Cézanne de 1963. Las bellísimas figuras hechas en cerámica del colombiano Rodrigo Arenas Betancourt de rasgos genéricos que retratan los oficios cotidianos como Mujer minera o El Alfarero, fechadas entre 1947 a 1949. Maravillosa composición también la del mexicano David Alfaro Siqueiros en Entrega de juguetes de 1961 donde la crítica social remarcada en esas dos figuras coloridas que dan la espalda para mostrar los rostros de una muchedumbre apenas delineada pero magníficamente representada como masa humana. Altamente aconsejable una visita