Nota publicada online
Durante muchos años, varios siglos incluso, lo “natural” fue considerado como aquello producido por la naturaleza y lo “artificial”, lo fabricado por los hombres. Además, la connotación valorativa de lo “natural” superaba a su opuesto, considerándose más auténtica y preciada. Así, lo “natural” connotaba vida y legitimidad y lo artificial remitía a lo inanimado y lo falso… Hoy, los umbrales entre estas categorías se han tornado cada vez más ambiguos y, por ende, los modos de percepción de lo que consideramos natural o artificial también han ido variando sus parámetros y desmarcando sus límites. El hombre ha culturizado (¿deberíamos decir, entonces, artificializado?) su entorno de un modo que para muchos ha llegado a ser abrumador, pero no por eso, menos sugestivo. Es justo reconocer que, cuando entramos en contacto con la naturaleza, nos invaden las imágenes del arte y de la literatura y que éstas, a su vez, asaltan el imaginario del artista cuando construye su cuerpo de obra.
Es en este contexto de ambigüedad conceptual y perceptiva que las esculturas de Dora Isdatne despliegan su mayor potencial de sugestividad. Sus “árboles” y “bosques” son artificiosamente naturales, de aspecto mecánico y tecnificado, como si la artista quisiera expresarse más como máquina que como humano. Las piezas son realizadas a partir de bocetos digitales, cocidas en cerámica y pintadas con esmaltes sintéticos, por lo general, de colores brillantes y saturados. El uso de esmaltes metalizados que contienen plomo en su composición refuerza el aspecto artificial de sus obras y le confiere a las piezas un cariz industrial, cuasi robótico, al punto que parecen aludir tanto a la flora en estado de extinción como a follajes nacidos a partir de una hecatombe nuclear.
Sin enunciar explícitamente un discurso ecológico, las esculturas de Dora Isdatne comparten la preocupación que muchos artistas a lo largo y ancho del planeta manifiestan respecto a protección del medioambiente y a la imperiosa necesidad de diseñar estrategias innovadoras y, fundamentalmente, creativas para lograr un uso equilibrado de nuestros recursos naturales. Quizás ella confíe en que, a partir del arte, la naturaleza pueda ser percibida de manera sensible, e incluso afectiva, regenerando un compromiso íntimo y ético entre el hombre y el mundo.