Nota publicada online
Invitado por la organización de la Bienal Sur Global a contar la realización de su proyecto para la bienal en plena preproducción, Boltanski se presta a la conversación en una cálida tarde de noviembre.
Conocimos su obra a través de la misma Untref hace unos años en ocasión de la apertura del espacio emblemático del Hotel de los Inmigrantes, que sus instalaciones tan sugerentes transformaron en un sitio que desde entonces se ha instalado plenamente en el circuito de muestras de Buenos Aires.
Boltanski habla muy bajo un francés corrido pero que enfatiza algunos nodos de su interés. Le comento que serán pocas preguntas pues está pendiente de la participación en su mesa donde en diálogo con Diana Wechler y Aníbal Jozami presentará su próxima obra “Cornamusas del Viento” en un lugar bastante perdido de la Patagonia.
Le expongo que vi su puesta en el IVAM de Valencia, que acaba de cerrar. Era un proyecto de varios espacios que había ganado el Premio Instituto Julio González en 2014. Bajo el títuloDépart- Arrivée, las siete instalaciones trabajaban la idea de la vida y la muerte, algo inevitable como me acotó, pero que comenzaban por la partida, no por el comienzo. Se sonríe y me comenta que toda esa obra refiere a la memoria y al olvido tanto como a la muerte y el rastro pero se centra en las “pequeñas historias de los individuos que no son célebres”, por lo cual pesan como historia posible a partir de su desaparición. La exhibición tuvo algunas críticas, especialmente referidas a su capacidad de crear escenografías casi teatrales. Curiosamente esta crítica no le molesta en absoluto, Boltanski sabe que tiene capacidad de crear ciertos climas teatrales y se extiende narrando que él no es una persona que va a la iglesia a rezar, pero entrar en un espacio tan monumental y especial lo hace reflexionar. Algo de eso quiere para sus obras.
Le sugiero que viendo la forma en que presenta, hay una intención de producir una inclusión, un estar dentro y a la vez un tránsito por una atmósfera que incluye luces y formas, pero también aire o niebla. Me cuenta que en la presentación en el Grand Palais de París, Personnesde 2010, pidió expresamente que quitaran la calefacción, pues un elemento de la obra era entrar en un recinto gélido, sentir ese frío como parte de una obra total, inmersiva, donde las emociones se disparan por numerosos estímulos no solo visuales.
Nada es límpido, trasparente, por eso le interesa mayormente producir un impacto que pueda ser recordado. Me cuenta que la mayor parte de su producción se basa en el concepto de “obra total” pero son instalaciones que luego se desarman, pero dejan un rastro importante en la memoria del espectador. Algo de eso va a sostener luego en la mesa de diálogo donde llegó a afirmar: “me interesa crear mitologías”, extendiendo el sentido a “estas obras no es necesario verlas, sino saber que existen. Los mitos son más fuertes que los objetos”. Está fascinado con la Patagonia, cuando le cuento que esa estepa es un rastro de una gran glaciación que modificó el paisaje, sonríe, es evidente que le apasiona ese lugar tan especial, cargado de esa magia. Me permito aconsejarle que baje hasta Ushuaia la próxima vez, porque allí el mito del fin del mundo que tanto le estimula tiene otro condimento. Cuando el mar se retira por marea baja, uno puede pararse en el lecho donde se cruzan los dos océanos, donde ese flujo intercontinental hace su mezcla. Promete pensarlo.
En base a una declaración suya sobre que “hay dos tipos de artistas, los que trabajan sobre la vida y los que lo hacen sobre el arte” le pido se explaye. Me dice que un ejemplo de lo primero es Manet y el famoso Desayuno sobre la hierba, allí la vida late y se celebra; en cambio Duchamp y su Rueda de bicicleta conduce a una meditación que pone en jaque la historia del arte. Él no se enrola plenamente en una de las dos condiciones, piensa y me dice que su obra es escenográfica y tiene como componentes la muerte, la memoria y el azar tanto como la pérdida y el rastro pero que la vida está condicionada por el azar que puede variar en un segundo y hacer que algo se desmorone.
En aquella primera visita a nuestro país, Boltanski hizo una parte de su proyecto de grabar corazones, Les Archives du cœur (Los archivos del corazón) que desde 2008 compiló más de doscientas mil personas en todo el mundo. Una copia era para el donante y otra fue a un espacio preparado especialmente, llamado Benesse Art Site Naoshima, ubicado en la isla de Teshima, Japón, una isla que sólo tiene 500 habitantes que cultivan olivares. Allí, cualquiera de nosotros que haya grabado su latido, puede con su número de documento, volver a escucharse. Se entusiasma y me abre un archivo en su tableta para que vea el espacio. Me cuenta que él sabe que muchas de esas personas que grabaron sus latidos ya murieron, por lo cual no cree que les haga bien a sus familiares ir a buscar ese latido ausente.
El proyecto que montará en la Bienal el año próximo, intentará producir un concierto azaroso entre el viento y el canto de las ballenas, pero que le interesa plenamente producir un señalamiento que haga reflexionar al mundo sobre aquellas particularidades del universo actual que están corriendo peligro. En la mesa junto a Wechler y Jozami fue más lejos: “el arte es extremadamente ambiguo, debe decir muchas cosas al mismo tiempo”, y esta trompeta será “mi grito”, “el último grito de auxilio”, “el grito de un viejo”.