Nota publicada online
El Malba y el Astrup Fearnley Museet de Oslo vuelven a unirse para presentar a dos fotógrafos norteamericanos de la llamada Picture Generation de mediados de los setenta.
El acuerdo entre Malba y Astrup Fearnley tan distantes entre sí por su localización tiene un plus, ya que ambos comparten un perfil común: fueron fundados a partir de coleccionistas privados y su propósito es indagar aspectos del arte contemporáneo capaces de revitalizarse por sucesivas lecturas y guiones curatoriales. Este fue el primer aspecto que Gunnar Kvaran, co- curador de esta muestra junto a Victoria Giraudo, destacó en la recorrida de prensa, admitiendo que ya desde la primera colaboración entre ambas instituciones, la recordada muestra de Yoko Ono de 2016, la relación viene aceitada por la misma admiración que comparten por las colecciones que preservan. Artistas que marcan una tendencia clara dentro del panorama contemporáneo y que, como en este caso, aportan una singular mirada crítica que nos permite repensar algunas consideraciones sobre el arte norteamericano. Entre otras cosas, porque estos dos artistas encarnan, en el mismo período, dos miradas determinadas por la cuestión del género y representan ese núcleo intelectual de la escena de NY, que fue capaz de revertir la cultura complaciente jugando sus propias cartas, tomando riesgos y debatiendo claramente el nuevo rol que la fotografía iba a encarnar a partir de la apropiación como crítica social.
La llamada Picture Generation (Generación de la Imagen) surgida a mediados de los setenta en NY, representada entre otros por Cindy Sherman, Barbara Kruger, Louise Lawler, Robert Longo, David Salle, Richard Prince, Jack Goldstein and Sherrie Levine; un núcleo de artistas nacidos dentro de la clase media entre los años 1944 y 1956, período en el cual se imprime claramente la posguerra y el auge del estilo de vida norteamericano. En su ensayo de 1977 el crítico y curador Douglas Crimp analizó algunas particularidades, como el interés que mostraban sobre los medios de comunicación masivos y las imágenes de la cultura popular, a través de "procesos de citas, extractos, encuadre y puesta en escena".
Con sus particularidades, Cindy Sherman juega a poner el cuerpo como en la performance, pero transformándolo mediante prótesis muchas veces burdas y evidentes, maquillaje acentuado al grotesco y, sobre todo, la pose, para demostrar los clichés con que las mujeres eran representadas dentro de la cultura. Por eso es interesante ver esa foto de Cindy devenida en ama de casa, de la serie Untitled Film Still #10 de 1978 donde la minifalda, el corte de cabello, las botas y la típica cocina se contraponen con la compra esparcida en el piso y la mirada desafiante, configurando ese parte del sistema Sherman donde se percibe la crítica concreta al estereotipo. Otros en los que las prótesis pasan a primer plano de la escena, como la versión de la Fornarina de Raphael transformada en Untitled # 205 de 1989. Endurece no sólo la mirada dulce del original y oscurece el fondo, reemplazando además la sutil tela con que se cubre pudorosa en la versión original por una cortina barata, mostrando los pechos completamente falsos como su panza de embarazada bajo una mirada que parece decir que esta mujer, ella misma, no puede más que evidenciar la farsa. Por esta y otras razones, Sherman fue considerada como feminista activa, pero hay una mezcla mucho más sutil que se propone mostrar una realidad cruda donde la mujer sale del estereotipo de belleza, se sumisión, de complaciente y se nota en los detalles tanto como en algunos aspectos que resaltan como repugnantes a simple vista.
En Richard Prince hay un contrapunto como admitió Kvaran, donde el lado masculino estereotipado se materializa en la reversión apenas modificada de las publicidades de una marca de cigarrillos. Aquella que usó una estrategia de marqueting súper exitosa, del hombre que domaba caballos y corría por praderas majestuosas, para vender cigarrillos con filtro que eran consumidos mayoritariamente por mujeres. No sólo consiguió acoplar la marca a ese estilo de vida, sino que se impuso en el mundo como un modelo de masculinidad. Aunque claramente muchas de sus acciones le valieron juicios por derechos de autor, algunos muy resonantes, a este artista que además es escritor, pintor, escultor, coleccionista, actor, diseñador gráfico y curador, como enuncia el comunicado de prensa, se le ha impuesto negociar previamente un acuerdo de uso de ciertas imágenes debido a que en Estados Unidos los temas referidos a las marcas registradas son una cosa seria de afrontar.
En su serie Spiritual America donde rescata la figura de la actriz Brooke Shields, se materializa en dos hallazgos que también están exhibidos y conforman esa otra cualidad de coleccionista. Una foto perdida de la actriz retratada por encargo de su madre, -una púber desnuda que hoy escandalizaría por su contenido pedófilo-, y su invitación a una Shields adulta a posar inclinada sobre una moto, algo que recoge la escena típica de las revistas de motos donde las mujeres juegan una pose sugerente sobre ese ícono norteamericano de la velocidad como son las motos. O la puesta en escena de una comparación mucho más sutil como es el objeto de madera sobre el que descansan dos versiones del famoso libro El padrino de Mario Puzo, que tanto marcó la estética del cine en sucesivas sagas, en dos traducciones posibles y con tapas blanca o negra.
Una imperdible muestra donde es posible analizar en ciertos detalles un contrapunto de dos figuras claves de la escena contemporánea norteamericana magníficamente montadas.