Nacido en Mar del Plata una ciudad de la costa atlántica de la provincia de Buenos Aires, esta pertenencia es una marca permanente, en parte porque siempre regresó y allí vive, pero también porque integró la primera generación de marplatenses que estudiaron formalmente en una escuela de arte y no en los talleres particulares siguiendo un maestro.
Hijo de inmigrantes italianos, desde pequeño manipuló lápices y pinceles, hasta que en la adolescencia, a los 14 años, en unas vacaciones en la ciudad de Mar Chiquita, su padre le presenta a Juan Carlos Castagnino. Este encuentro le sirvió para comenzar a tomar clases de dibujo con el consagrado artista argentino, quien lo conecta asimismo con Enrique Policastro, autodidacta pero con una sensibilidad muy particular en el manejo del color. Estos primeros maestros lo deslumbraron indistintamente por su destreza y su amor a la tierra.
A los 26 años comienza su carrera de maestro de artes plásticas en la recién inaugurada Escuela de Arte Martín Malharro de Mar del Plata, de la que fue uno de los primeros egresados a la edad de 33 años. Un año antes de recibirse, viaja a la Bienal de Venecia, nada de lo que vio en aquella ocasión, le produciría la misma fascinación que el Pabellón de Estados Unidos, donde se exhibían generosamente los artistas del POP. Ese encuentro fue una notable inspiración para su obra que, con rasgos diferentes y algunas variantes, está presente en su producción artística.
“Yo sentí, mientras pintaba en la escuela que esas naturalezas muertas, esos paisajes que hacía eran tristes. Creo que en el viaje que hice a Europa en 1964, al ver la Bienal de Venecia, descubrí eso que buscaba: la alegría, la creación vital. Y la descubrí en la pintura del ganador de ese certamen: el norteamericano Rauschenberg, quien junto con Jasper Jones eran los más importantes representantes del pop art. Y sobre todo, estaban los jóvenes como James Dine. Ellos no tenían prejuicios, ya incorporaban a la pintura los objetos cotidianos: enormes tubos de dentífrico, tortas, bizcochos, todas las posibilidades que proponía la poesía urbana al hombre contemporáneo. Yo sentía que esa pintura me daba alegría: los afiches, las marquesinas, las calles con gente, los millones de cosas que surgen con la ciudad y con el consumo. Para mí, era una poética que tenía que contar en mis cuadros. Así que cuando volví, empecé a hacer lo que yo llamo objetos pintados. “
Esas primeras obras, todas ellas articuladas con un sello muy personal en volúmenes diversos que permitían un acoplamiento que hoy llamaríamos instalación, pintadas con colores planos y bordes netos demarcados con línea negra, expresaban su interés en el mundo del cine y sus actores icónicos. Paralelamente desplegaba su pasión por el teatro independiente, una actividad ampliamente desarrollada en Mar del Plata, realizando escenografías y vestuarios para el Teatro ABC
Un teatro pionero fundado por un osado soñador: José María Orensanz. Discípulo de la gran maestra Galina Tolmacheva, adaptó dos oficinas en el 6° piso de la gatería Sacoa (Mar del Plata) para fundar un espacio teatral.
El ABC hizo historia, por la calidad de sus obras y por ser también, la Primer escuela de formación teatral de la región. Su calidad era tan importante que viajó su fama y recibió alumnos de Buenos Aires y otros puntos del país. De esa escuela surgieron grandes figuras del teatro marplatense, que aún hoy recuerdan al espacio y a al maestro Orensanz.
Con el fuego necesario para llevar adelante un emprendimiento de vanguardia, se realizaron múltiples puestas, se soñaron cientos de proyectos. Una y otra vez el maestro Orensanz anunciaba su deseo de fundar “El Piccolo Teatro de Santa Clara”, un proyecto que no pudo concretar. En el ABC, la gente colmaba la sala diminuta. Pasaron artistas, discípulos, maestros.
Galina Tolmacheva vino de la mano de su discípulo entonces, y dejó sus huellas y sus enseñanzas en ese pequeño, inmenso espacio.
La vocación y el amor por el teatro se expandían y se hacía oír a los cuatro vientos, mucho más allá de esas cuatro paredes.