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Para esta exposición, Diego Bianchi (Buenos Aires, 1969) fue invitado a desarrollar un proyecto en una de las salas del Moderno, donde propuso provocar un encuentro entre su obra y el patrimonio de la institución. Así, enEl presente está encantador, curada por Javier Villa -Curador senior del Museo- Bianchi se nutre de la colección para transformarla en una gran obra, una instalación transitable y envolvente, donde se mezclan piezas propias y de artistas como Tomas Abal, Roberto Aizenberg, Antonio Amendola de Tebaldi, Ary Brizzy, Mildred Burton, Zulema Ciorda, Enio Iommi, Jorge Gamarra, Olga Gerding, Edgardo Giménez, Norberto Gómez, Alberto Heredia, Gyula Kosice, Eduardo Mac Entyre, Margarita Paksa, Aldo Paparella, Rogelio Polesello, Emilio Renart, Ruben Santantonín y Miguel Ángel Vidal, entre otros. Como afirma Javier Villa: “El presente se devora así el pasado, pero el pasado tampoco deja de perseguir al presente como un karma: ciertos artistas de la colección desdibujan la autoría de Bianchi, ya que varios de sus objetos podrían confundirse con un Alberto Heredia o un Enio Iommi”.
En sus instalaciones, Diego Bianchi responde a los contextos donde trabaja tanto desde la posibilidad de inspirarse en los espacios para darles un uso físico inédito como desde los condicionamientos ideológicos que los invaden. Esta exhibición constituye su primera experiencia de trabajo con obras históricas y de otros artistas. Al mismo tiempo, sintoniza las resonancias materiales y formales de su trabajo con piezas informalistas y ópticas que son pilares de la colección del Moderno. El artista sostiene: “En cada proyecto que se inicia intento escarbar las particularidades del lugar donde voy a exhibir mi trabajo, como una ocasión para poner en juego mi sensibilidad, mis afinidades formales y practicar el arte con algún factor externo, desconocido e intrigante. Me interesa la duración de las cosas en el mundo, el cuidado de los objetos y lo que se decide preservar de lo existente; lo vivo como un deseo de desacelerar el tiempo, ralentarlo“.
Bianchi responde con naturalidad a la historia como artista, desde su presente y sin las ataduras o restricciones que a veces impone la academia. En palabras del curador, “el proyecto plantea una nueva forma de activar nuestra historia visual y poner en movimiento el patrimonio del museo. Una colección puede ser interpelada desde el pensamiento curatorial o el estudio histórico, como también desde la vivencia experiencial y sensorial, o la conversación entre los objetos y sus hacedores”.
La intervención de Diego Bianchi incluye la producción de obras nuevas pero que emergen como dispositivos, situaciones y andamiajes para la circulación, la exhibición y la percepción de otras obras, ya sean piezas históricas patrimoniales o del pasado del artista. El primero de estos dispositivos es un largo pasillo que rodea la sala casi por completo. Es una obra y, a su vez, un espacio de circulación y exhibición que provoca un condicionamiento físico del espectador dentro del espacio artístico.
El pasillo que hay que atravesar para llegar al centro de la sala emerge de los restos de la arquitectura temporaria de la exposición previa -Pablo Picasso: Más allá de la semejanza-. En su recorrido el espectador puede percibir los espacios residuales del museo, lo que está por detrás de las paredes perimetrales y del techo que de la sala. El público atraviesa escaleras y puertas. Mientras va perdiendo el sentido de la ubicación puede observar de forma difusa y fragmentada lo que ocurrirá en el interior. Al terminar el pasillo se requiere una nueva condición para ingresar al espacio central: cada espectador debe encontrar a otro para lograr el acceso, tomados de la mano.
En su texto curatorial Javier Villa sostiene que una obra de arte jamás debería ser domada; es necesario activarla y que se ponga en movimiento para alimentar su fuerza. Y continúa: “Una obra de arte detenida en un limbo conserva sólo su cuerpo material, pero no su potencia. Los espacios neutros de exhibición y los esfuerzos que generalmente hacen las instituciones por detener el tiempo son siempre una amenaza de domesticación estética que los artistas, los curadores y el público deben desandar. (…) “Cómo estamos viendo” es una pregunta necesaria en el presente para entender qué está sucediendo, como también debería ser una indagación del pasado para comprender con mayor profundidad cómo llegamos hasta acá”.